Democracia y poder, por José Antonio Vergara Parra

Democracia y poder

Lo mejor de Europa, hoy en peligro, tiene orígenes muy concretos: la democracia y filosofía griegas, el derecho romano y el cristianismo. No ha sido nada fácil pues el hombre, en su sempiterna torpeza, macula cuanto toca. A lo largo de los siglos, los europeos dilapidaron el inmenso tesoro recibido. Guerras, tiranías, enloquecimiento, arbitrariedad y una exégesis del Verbo de Jesús más propia de lobos que de corderos.

Tras la II Guerra Mundial, Europa y el mundo quedaron fragmentados en dos bloques bien diferenciados. El este quedó sometido al gobierno de las sombras convirtiendo a sus súbditos en rehenes de doctrinas tan canallas como estériles. La reconstrucción física y espiritual de Europa occidental no fue nada fácil pues la guerra y el régimen nazi dejaron a su paso profundas heridas y ánimos destrozados. Europa, la vieja Europa, sentó las bases de la mejor versión que ha conocido la Historia pues, por fin, atisbó en las entrañas del tiempo los más sólidos baluartes: la razón, el Derecho, la democracia y la espiritualidad cristiana del hombre.

Desde entonces y hasta hace relativamente poco, aun con ciertas salvedades que no enervan la esencial, Europa conoció lo que bien podríamos definir como una nueva ilustración donde la cultura, la razón, la palabra, la Ley, la democracia y la espiritualidad devolvieron a sus pueblos esperanzas y certezas otrora quebradas. Pero la historia de los pueblos es cíclica y nunca faltaron amenazas.

Tengo la sensación de que Europa, hoy, está sometida a serios y reconocibles riesgos que, de salir victoriosos, podrían convertir los estertores del reciente esplendor en un ocaso preocupante. Sólo en la búsqueda audaz de la verdad anidan la identificación de las trampas y de sus remedios. Desde la humildad y limitaciones de un sencillo observador, éstas son, a mi juicio,  las amenazas más importantes a las que nos enfrentamos.

La prevalencia del poder económico y de élites sin mandato democrático sobre el gobierno del pueblo y para el pueblo. No es posible entender determinadas decisiones comunitarias (y anuencias domésticas) si no es al amparo del citado aserto. ¿Cómo entender, por ejemplo, las inversiones en el sector primario en espacios limítrofes del espacio europeo, donde se generarán productos con mano de obra barata,  francos de la mayor parte de restricciones y trabas que para los mismos productos se exigen en el espacio intracomunitario? ¿Es así como pretenden defender el sector primario europeo? ¿Coadyuvando y permitiendo una competencia radicalmente desleal? ¿Por qué, en vez de aplicar políticas favorables a la natalidad, se ha optado por la importación de mano de obra inmigrante, barata y precaria? ¿Acaso las élites quieren edificar un nuevo régimen de semiesclavitud en la tierra de Aristóteles, Sócrates, Platón, San Agustín, Francisco Suárez, Tomás de Aquino o John Locke?   

La ingeniería semántica y el rearme perverso de la izquierda. Se trata, en realidad, de dos reflexiones indisolubles unidas pues, derruido el muro de Berlín, la izquierda hubo de reinventarse para sobrevivir. Huérfana de ideas y de filosofías útiles para el bien común, buscó refugio en la invención de nuevas y fraudulentas trincheras dialécticas para auto encaramarse, después, en únicos redentores. Para tal fin, y por enésima vez, echaría mano de la propaganda: la manipulación del lenguaje y, por ende, de la verdad misma; y viceversa. Las redes sociales y los medios de comunicación (afines unos, cándidos otros) se encargarían de evacuar y distribuir convenientemente ese caudal de falacias y señuelos.  Reconozcamos el éxito de semejante estrategia pues la derecha, salvo honrosas excepciones, renunció a la batalla ideológica y cultural en la errónea creencia de que bastaba la economía. La lucha de clases y la interpretación materialista de la Historia, que la praxis reveló como fallidas, han sido reemplazadas por la guerra de sexos, el uso calculado de la violencia, el establecimiento de cordones sanitarios, la usurpación de determinadas parcelas de la vida pública,  la claudicación ante nacionalismos xenófobos y perniciosos, la subversión del Derecho y el concordato con quienes marcaron OCHOCIENTAS CINCUENTA muescas en sus revólveres.

Se hacen llamar  progresistas mas habríamos de preguntarnos qué o quiénes han progresado en verdad. Los depredadores sexuales han progresado pues han visto rebajadas sus penas.  Las asociaciones afines, regadas con dinero público y prebendas, han progresado.  Las desigualdades entre españoles han progresado. El falseamiento doloso de la Historia más reciente y la fractura social de la sociedad española han progresado. La demonización del varón ha progresado. El uso espurio de la Ley, las puertas traseras y la politización de la Justicia han progresado. La presión fiscal, el gasto de la luz, de los alimentos o de los combustibles también han progresado. Los nacionalismos más casposos, insolidarios y soberbios han progresado.

Naturalmente que hace falta una izquierda pero no esta izquierda, irreconocible y traidora respecto a sus propios postulados. Izquierda Unida erró gravemente cuando se arrojó a las fauces de Podemos, dilapidando el caudal político atesorado durante largos y difíciles años de un bipartidismo reinante.  Ni el mismísimo Julio Anguita (que en paz descanse y por quien siempre he reconocido mi admiración y respeto) pudo resistirse al vendaval morado que el tiempo ha revelado como fatuo y efímero. La izquierda, creo yo, tiene un claro problema de liderazgo y prioridades. Allá ellos.

Y si la izquierda anda desnortada, la derecha anda a su zaga. Una derecha a la que, con buen criterio, le gusta conservar lo que merece ser conservado pero que, por razones que huelga comentar aquí, ha desdeñado la política como el mejor y único instrumento para implementar ideales, convicciones y principios. Una derecha, a mi juicio, que abraza en exceso al liberalismo más salvaje; aquel que estataliza sus pérdidas y se apropia de los provechos. En esto, no crean, no se diferencian sociatas de peperos pues sendos dos, tras encaramarse en los ambones, llevan camisa de manga larga en el estío o, en su defecto, un polo; o un niqui como decía mi santo padre. Me fio más de las camisas de manga corta y, ante todo, de las camisetas de algodón, claro está; tras las que se ocultan personas normalitas, de andar por casa, fiables y reales. De esas que sudan y resudan mas no por camisas de pitiminí sino por labores honestas.  Gentes que inclinan el lomo y hunden sus manos en la tierra mientras el sol, la lluvia, el frio, el viento y la especulación de los carroñeros que planean en círculos circulares curten y arrugan prematuramente sus rostros. Españoles con manos sucias de grasa o yeso que cierran acuerdos o promesas con apretones limpios y firmes.

Al final, en Uropa y en Expaña, la cosa es más sencilla de lo que parece. Basta que con ser honrado y libre, pregonar con el ejemplo, tirar del sentido común, ordenar convenientemente las prioridades y tratar el dinero público como si del santo grial se tratare. Quien así fuere y actuare, conquistará mi corazón y mi voto. Amos; lo que viene siendo el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.